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¿Un delfín mular? ¿O un Tursiops truncatus?

delfín mular (Tursiops truncatus)
El sistema de nombres científicos comenzó en el siglo XVIII.

Por qué los biólogos les dan a los organismos esos nombres tan extraños e impronunciables

La mayoría de la gente lo llamaría "ratón de campo", pero un científico preguntaría: "¿Era Peromyscus maniculatus? ¿O Peromyscus leucopus?"

Los científicos utilizan un sistema de nombres que suenan complicados para referirse a criaturas cotidianas, una práctica profusamente ridiculizada en los dibujos animados de Warner Bros que presentan al Correcaminos y al Coyote (o, respectivamente, Accelleratii incredibus y Carnivorous vulgaris).

"Como biólogo, uso estos nombres aparentemente extraños y ayudo a mis alumnos a aprenderlos. Para la mayoría de la gente es un esfuerzo enorme, como aprender un segundo idioma. Y es porque lo es", dice Nicholas Green, profesor adjunto de Biología de la Universidad Estatal de Kennesaw.

Humanos, zorrillos y arces

La ciencia de nombrar y clasificar organismos se llama taxonomía. Los científicos la utilizan para ser lo más precisos posible al hablar de los seres vivos.

La primera palabra del nombre de un organismo es su género, que es un grupo de especies relacionadas, como Panthera para leones, tigres y leopardos.

La segunda palabra es el nombre específico que identifica a la especie, generalmente definida como una población que sólo puede reproducirse entre sí, como Panthera leo para león.

Cada combinación de dos palabras debe ser única. Este sistema de nombres, llamado nomenclatura binomial, fue popularizado por el naturalista sueco Carlos Linneo en el siglo XVIII. Así, los humanos son el Homo sapiens, el arce rojo (Acer rubrum), el ajo (Allium sativum) y la mofeta moteada (Spilogale putorius).

Hoy en día, los biólogos mantienen enormes bases de datos que contienen los nombres taxonómicos de plantas, animales, hongos y otros organismos. Por ejemplo, una de estas bases de datos —el proyecto Árbol Abierto de la Vida— incluye más de 2,3 millones de especies.

El científico que descubre una especie suele nombrarla mediante la publicación de una descripción formal en una revista arbitrada. A partir de ahí, el nombre se incorpora a las bases de datos. Desde entonces, los científicos siempre usan ese nombre para el organismo, incluso si resulta ser engañoso. Por ejemplo, a muchos fósiles se les dieron originalmente nombres que contenían la raíz griega "saur", que significa lagarto, aunque los paleontólogos luego se dieron cuenta de que los dinosaurios no eran lagartos.

arcosaurios

Imagen: El grupo de los arcosaurios incluye a los dinosaurios y también a las aves y cocodrilos actuales.

El esnobismo no es el problema

Para la mayoría, estos nombres suenan inescrutables. Sobre todo hoy en día, con la ciencia más abierta y accesible para todos, este arcano vocabulario puede parecer anticuado y elitista.

Dada la actual reacción contra las "élites" y los "expertos" en todos los campos, esta es una grave acusación. Pero, de forma indirecta, esta práctica aparentemente excluyente es en realidad una historia de inclusión.

A medida que la ciencia moderna comenzaba a tomar forma en Europa durante el siglo XVII, los científicos se enfrentaban a un problema. Querían leer y ser leídos, pero el idioma se lo impedía. Los científicos franceses no sabían leer sueco, los suecos no sabían leer italiano y los italianos no sabían leer alemán.

Además, escribir sobre plantas y animales planteaba un desafío particular: muchas especies tenían nombres comunes que podían variar según el lugar, y algunos nombres comunes podían aplicarse a varias especies. Los científicos necesitaban una forma de ser precisos y coherentes al referirse a las especies, para que todos pudieran entenderse.

Para evitar el problema del idioma, los científicos de la época publicaban principalmente sus trabajos en latín clásico. En aquel entonces, todos lo aprendían, al menos todos los europeos con la riqueza suficiente para estudiar y convertirse en científicos. Otros, publicados en griego clásico, también se enseñaban ampliamente. Al apegarse a estos idiomas de mayor difusión universal, los primeros científicos se aseguraron de que la ciencia fuera accesible al mayor número posible de sus colegas.

A finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, los servicios de traducción estaban ampliamente disponibles, de modo que naturalistas como Georges Cuvier podían escribir en su francés nativo y Charles Darwin en su inglés nativo. Hoy en día, el inglés se ha convertido en el idioma oficial de la ciencia, por lo que la mayoría de los científicos publican en inglés, independientemente de su lengua materna.

Entonces, ¿Por qué seguir usando nombres en latín y griego hoy en día? Los taxónomos lo hacen en parte por tradición, pero también porque la terminología sigue siendo útil. Incluso sin ver una foto del animal, un biólogo podría deducir que Geomys bursarius ("ratón de tierra con bolsa") era una tuza de bolsillo. O que el Reithrodontomys fulvescens ("ratón amarillo de dientes acanalados") es un ratón amarillo con surcos en los incisivos.

¿Qué hay detrás de un nombre?

Aunque los taxónomos aún se adhieren en gran medida a los principios de nomenclatura de Linneo, los nuevos nombres científicos se derivan cada vez con mayor frecuencia de lenguas no europeas. Por ejemplo, un dinosaurio del tamaño de un pollo descubierto y bautizado en China se llama Yi qi, que significa "ala extraña" en mandarín.

Algunos de los nombres más recientes tienen un toque de extravagancia, y algunos honran a políticos y celebridades. Etheostoma obama es un dardo moteado que lleva el nombre del 44º presidente de Estados Unidos; el milpiés de garra retorcida de Swift (Nannaria swiftae) lleva el nombre de la estrella del pop Taylor Swift.

"Con tanta biodiversidad de la Tierra aún por descubrir y nombrar, recuerden que los nombres son solo nombres. El nombre que damos a estas especies suele reflejar nuestros propios valores y perspectivas", dice Green.

En el futuro, otro idioma —o ninguno— podría llegar a dominar el mundo. La inteligencia artificial podría actuar como traductor universal. Esta posibilidad permitiría a todos publicar y leer ciencia en su propio idioma. Predecir cómo cambiará la tecnología nuestra relación con la terminología es un desafío, pero la necesidad de un lenguaje científico preciso, incluidos los nombres de las especies, nunca desaparecerá.

Este artículo de Nicholas Green se republica desde The Conversation bajo una licencia Creative Commons. Lee el artículo original en inglés: A bottlenose dolphin? Or Tursiops truncatus? Why biologists give organisms those strange, unpronounceable names.

Etiquetas: Nombre científicoEspecies

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