¿Quién es el propietario de los sitios patrimoniales arqueológicos sumergidos?
Hay antiguos piratas y modernos cazadores de tesoros. Los separan más de 200 años de historia, diferencias en la tecnología disponible y tipos de patrocinio que los mantienen a flote: los primeros navegando para un país y los segundos protegidos por una empresa. Aun así, parecen tener el mismo objetivo: el oro y la plata del Imperio español.
El 5 de octubre de 1804 la fragata "Nuestra Señora de las Mercedes" llegaba al final de su viaje en el fondo del mar cerca del Cabo de Santa María, al sur de Portugal. Un ataque sorpresa de los ingleses acabó con una flota, que estaba a punto de llegar a su destino. En ese momento, las dos naciones estaban en paz. Sin embargo, eso no le importó mucho a la Royal Navy británica.
Las mareas y los peces fueron los silenciosos guardianes del tesoro, que permaneció hundido junto a Nuestra Señora de las Mercedes durante más de dos siglos. Es decir, hasta que en 2007 su descubrimiento se anunció con gran fanfarria.
Desde 1999 luces eléctricas y submarinos robóticos perturbaron periódicamente y en secreto la paz del fondo marino. La empresa Odyssey estaba rastreando el fondo del mar en busca del pecio, a pesar de que se trataba de un yacimiento arqueológico potencialmente delicado. Encontró su objetivo: casi 600.000 monedas de plata y oro acuñadas en Perú durante la época de Carlos IV.
Las monedas fueron trasladadas desde Gibraltar a Florida, ciudad donde Odyssey tiene su sede. Sin embargo, el gobierno español inició una demanda contra la empresa. En 2011, el Tribunal de Apelaciones del 11º Circuito de Atlanta, Georgia, confirmó la decisión de un juez de Florida, que falló a favor de España.
Las monedas fueron devueltas en 2012 bajo una decisión judicial que ya no permitía ningún tipo de recurso o revocación. Sin embargo, los investigadores aún descubrieron que la empresa había ocultado indebidamente en Gibraltar algunos objetos recuperados del sitio. Al final, se vieron obligados a devolverlo todo y pagar gran parte de las costas judiciales.
Imagen derecha: Monedas españolas de plata y oro del reinado de Carlos IV, extraídas por Odyssey de los restos del naufragio de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes y preparadas para la venta también por dicha empresa. Hispalois/Wikimedia Commons, CC BY-SA
La arqueología proporciona contexto
Los buscadores de tesoros arqueológicos plantean un problema no sólo para el patrimonio arqueológico subacuático sino también para las piezas patrimoniales y los yacimientos situados en tierra. No tanto por el valor material de las antigüedades saqueadas; de hecho, contrariamente a la creencia popular, los arqueólogos no están interesados en los objetos encontrados, sino más bien en su relación con otros objetos y estructuras.
En un sitio arqueológico, las estructuras y los objetos se encuentran en niveles que toman la forma de capas, y lo que importa es la relación entre los objetos y las estructuras en un determinado nivel.
Por ejemplo, el hecho de que aparezcan monedas romanas en un yacimiento del norte de Europa puede sugerir que el comercio con el Imperio Romano llegó a ese punto.
Por todo ello, el contexto en el que aparecen los restos arqueológicos es absolutamente clave. El arqueólogo necesita saber exactamente dónde se ha encontrado un objeto, a qué nivel arqueológico y qué objetos y estructuras se encuentran en el mismo nivel. Es entonces cuando el hallazgo resulta realmente útil desde el punto de vista científico.
El precio de la conservación subacuática
La principal diferencia entre un sitio arqueológico en tierra y el sitio de un barco hundido es que, mientras que un sitio en tierra puede contener restos materiales de varias épocas, un naufragio es como una fotografía de un momento en el tiempo. Los materiales que se encuentran allí son exclusivamente del momento en que el barco se hundió, indicando estilos, modas, tipos de comida, armas, etc.
La otra gran diferencia es que estudiar un sitio subacuático es prohibitivamente caro.
Para empezar se necesita mano de obra muy especializada, además de licencias de buceo, equipos submarinos, una o varias embarcaciones, y equipos de excavación muy costosos que pueden aspirar lodo o arena del fondo marino. En arqueología terrestre, los turnos de 8 horas o más son normales, algo impensable en arqueología subacuática.
Lo peor está en la conservación de los objetos extraídos del fondo marino. Si no hay un restaurador preparado para actuar sobre la superficie, estos objetos pueden degradarse muy fácilmente en cuestión de horas. Este tipo de conservación es extremadamente costosa.
Imagen derecha: En la parte superior del museo se tiene una bonita vista de cerca del barco y del parque de esculturas de la exposición del Vasa.
Por ejemplo, uno de los restos de naufragio mejor conservados del mundo en un museo terrestre es el del famoso buque de guerra Vasa. Se trata de un barco sueco que naufragó y se hundió en su viaje inaugural en 1628. Este barco es uno de los principales atractivos de la ciudad de Estocolmo. Sin embargo, el museo sufre pérdidas cada año debido al coste de conservación de la pieza.
Odyssey es una empresa y, como tal, tiene que generar beneficios. Y obtener ganancias haciendo un buen trabajo de arqueología subacuática es imposible debido a los altos costos asociados. De ahí que muchas de estas empresas hagan lo que hizo Odyssey con la fragata Nuestra Señora de las Mercedes: saquean la plata que contenía el barco –aproximadamente 600.000 monedas de plata– e ignoran por completo cualquier otro objeto no valioso del pecio.
Si Odyssey hubiera realizado un adecuado trabajo arqueológico, incluso si el Estado español le hubiera permitido vender las monedas, habría incurrido en pérdidas económicas.
¿A quién pertenece ese barco hundido?
¿Quién es el propietario de los sitios patrimoniales arqueológicos sumergidos? Ésta es una pregunta difícil de responder y, en definitiva, depende. En teoría, todo lo que cae en las aguas jurisdiccionales de un determinado país o en la plataforma continental cercana pertenece a ese país, a menos que exista un tratado internacional de por medio.
Este fue el caso de Nuestra Señora de las Mercedes; lo pudo recuperar España porque había un tratado con Estados Unidos para respetar las banderas marítimas de los barcos. En otras palabras, si un barco americano se hubiera hundido hace más de cien años en aguas territoriales españolas, los restos seguirían perteneciendo a Estados Unidos... y viceversa.
Desde 2001 contamos con un estándar internacional de respeto al patrimonio sumergido que es la Convención sobre la Protección del Patrimonio Cultural Subacuático de la UNESCO, firmada por 20 países y cada vez se van sumando más. Con suerte, en el futuro tendrá un alcance global.