La segunda parte de este artículo se publica en "Los secretos del mar escondidos en lo alto de los Andes (2ª Parte)- Los trabajos de paleontología en Colombia adolecen de falta de financiación"
Paleontólogos de Colombia descubren ricos depósitos de fósiles que podrían cambiar lo que sabemos sobre los antiguos océanos
Villa de Leyva es una pequeña y pintoresca ciudad en la rama oriental de la Cordillera de los Andes en Colombia. En esta localidad, de más de 24.000 habitantes, la mayoría de las casas están pintadas de blanco, con marcos de madera verdes y tejados de teja española.
Es un popular destino turístico con restaurantes, bares, museos y una de las plazas más grandes de América, con 14.000 metros cuadrados (más de 50 canchas de tenis) pavimentada con enormes adoquines. El pueblo es famoso por su arquitectura colonial, festivales y actividades al aire libre, así como por los fósiles de animales marinos.
Los amonites (cefalópodos marinos extintos con distintivas conchas enrolladas) están incrustados en paredes, pisos y caminos por toda la ciudad. Los lugareños y visitantes a menudo encuentran fósiles al caminar por caminos sin pavimentar y recorrer senderos alrededor de Villa de Leyva. Antes de que el expresidente Juan Manuel Santos firmara en 2018 un decreto que protegía el patrimonio paleontológico del país, los vendedores ambulantes vendían fósiles a los turistas que pasaban.
Durante el Cretácico Inferior, hace entre 145 y 100 millones de años, esta región del centro de Colombia estuvo bajo el agua, y estos fósiles formaban parte de un complejo y diverso ecosistema marino. En aquel entonces, esta zona formaba parte de un océano que cubría una plataforma continental junto a la recién formada América del Sur en el Mar Proto-Caribe.
Sus aguas eran relativamente poco profundas, entre 180 y 200 metros de profundidad, y el fondo era tóxico para la mayoría de los seres vivos debido a los altos niveles de ácido sulfúrico y los bajos niveles de oxígeno disuelto. Cuando los animales y plantas muertos caían al fondo del océano, la toxicidad protegía sus restos de los carroñeros, ayudando a preservarlos. Cuando esta porción de la Cordillera de los Andes comenzó a formarse (hace unos 72 millones de años, según un reciente estudio), estos fósiles alcanzaron literalmente nuevas alturas.
Imagen: Los amonites son tan comunes en algunas zonas de Colombia que los residentes las han incrustado en paredes y aceras de hormigón. Foto de Andrea Peláez/Shutterstock
Los fósiles alrededor de Villa de Leyva son parte de lo que se conoce como Formación Paja. Esta capa de roca sedimentaria, formada en parte a partir del antiguo fondo marino, tiene uno de los registros más completos del mundo de la fauna marina del Cretácico Inferior y alberga la mayor parte de la investigación paleontológica de Colombia.
Un pliosaurio de cuello corto de 10 metros de largo, encontrado en 1977 por un granjero que araba su campo, es el fósil más famoso de la región. En medio de un debate sobre la nomenclatura adecuada, se hace referencia al fósil como Monquirasaurus (Kronosaurus) boyacensis. El impresionante ejemplar se hizo tan conocido en Colombia que se construyó un museo a su alrededor.
En 2015, en la misma región, Mary Luz Parra Ruge, directora del Centro de Investigaciones Paleontológicas de Villa de Leyva, encontró a Desmatochelys padillai, una tortuga marina de 125 millones de años, una de las más antiguas del mundo. Y María Páramo, una de las paleontólogas más importantes y prolíficas de Colombia, lideró el equipo que, en 2018, encontró y describió Sachicasaurus vitae, otro pliosaurio de 10 metros de largo que lleva el nombre del pueblo de Sáchica.
Imagen: La paleontóloga Mary Luz Parra Ruge posa con el esqueleto del depredador pliosaurio Monquirasaurus (Kronosaurus) boyacensis. Foto cortesía del Centro de Investigaciones Paleontológicas de Villa de Leyva
Hace ciento treinta millones de años, innumerables amonites de todas las formas y tamaños nadaban en el mar protocaribeño junto a peces y enormes depredadores marinos. Uno de ellos era Kyhytysuka sachicarum, un reptil acuático de cinco metros de largo con un cráneo alargado en forma de espada y un arsenal de afilados dientes.
Esta temible criatura no era el animal más grande de los océanos tropicales del Cretácico: fue superada por varias especies de enormes plesiosaurios de cuello largo, como el Callawayasaurus colombiensis de ocho metros de largo. En la cima de la red alimentaria ecológica se encontraban las dos especies de pliosaurios mencionadas anteriormente, cada una de las cuales tenía más del doble de longitud que un gran tiburón blanco adulto.
"Nadar en esos mares hubiera sido aterrador", dice Dirley Cortés, candidata a doctorado en la Universidad McGill en Ontario, que estudia la evolución de los ecosistemas marinos en los océanos del Cretácico de Colombia. Añade que los cráneos de los depredadores más grandes miden dos metros de largo, lo suficientemente grandes como para que estas criaturas se traguen a la mayoría de los humanos de un solo bocado.
Cortés nació en Villa de Leyva y se interesó por los fósiles cuando era niña, encontrándolos a menudo en caminatas con su familia. Cuando era estudiante de secundaria, estudió la mandíbula de un plesiosaurio y, en la universidad, trabajó dando recorridos y preparando fósiles en el Centro de Investigación Paleontológica, un museo y centro de investigación dedicado a explorar y proteger los fósiles de la región. Ella dice que muchos de los fósiles mencionados anteriormente se pueden encontrar "prácticamente en mi patio trasero".
Cortés siempre supo que quería ser paleontóloga, pero las universidades colombianas no ofrecen títulos universitarios en paleontología. Entonces, a pesar de estar rodeada de fósiles en su ciudad natal, como muchos otros paleontólogos colombianos antes que ella, tuvo que salir del país para estudiarlos a nivel de posgrado. Después de recibir su licenciatura en biología en la universidad de Tunja, Cortés tuvo la oportunidad de trabajar y estudiar fósiles en Panamá y Alemania antes de mudarse a Montreal para realizar un doctorado. Su enfoque en la Universidad McGill es la evolución de los ecosistemas marinos del Cretácico en los trópicos, específicamente los fósiles de la Formación Paja. Los fósiles de esta región, afirma, son abundantes y poco investigados.
Imagen: Dirley Cortés (izquierda) y Mary Luz Parra Ruge examinan fósiles en el Centro de Investigaciones Paleontológicas. Foto cortesía del Centro de Investigaciones Paleontológicas de Villa de Leyva
Carlos Jaramillo, un destacado paleontólogo colombiano del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales y mentor de Cortés, está de acuerdo: "Los fósiles de los trópicos han estado relativamente inexplorados, aunque son abundantes, y muchos están tan bien conservados como los de las regiones templadas". La falta de conocimiento sobre los fósiles tropicales crea un sesgo en nuestra comprensión compartida del tiempo profundo, los ecosistemas antiguos y el registro geológico.
Un estudio publicado en 2021 en Nature encontró que el 97 por ciento de los datos recopilados, analizados y publicados en revistas revisadas por pares sobre paleontología provinieron de investigadores del norte global. Los autores sostienen que esta desigualdad es producto de la historia colonial y la economía global y distorsiona nuestra comprensión de la biodiversidad paleontológica.
Hoy Colombia es reconocida mundialmente como uno de los países con mayor biodiversidad, con más de 75.000 especies identificadas. Colombia tiene la mayor cantidad de especies de orquídeas (más de 4.000), mariposas y aves y es el segundo país del mundo en diversidad de plantas.
Colombia también es abundante en especímenes paleontológicos, con al menos tres ubicaciones ricas en fósiles: la Formación Paja cerca de Villa de Leyva; la Formación Cerrejón en el norte, conocida por los registros fósiles más antiguos de bosques tropicales del continente, y donde se deslizaba la Titanoboa cerrejonensis, una serpiente gigantesca de más de 10 metros de largo, hace 60 millones de años; y el desierto de la Tatacoa, hogar de tortugas fósiles del Cretácico, algunas de las cuales eran del tamaño de un automóvil compacto.
Y es posible que todavía queden aún más regiones ricas en fósiles por descubrir. Héctor Daniel Palma-Castro, estudiante de maestría en biología de la Universidad Nacional de Colombia, también estudia los fósiles de la Formación Paja y dice: "Hay muchos lugares en el país en los que creo que ningún paleontólogo ha puesto un pie".
Continuará ...