Con su colorido pico pesca cantidad de peces
Hace "vuelos submarinos" que superan los 20 km/h
Una de las aves marinas que más me llama la atención es el frailecillo, por los vivos colores que su pico adquiere en primavera y verano, estaciones en las que acuden a tierra firme para reproducirse. Además usan las marcas alrededor de sus ojos para acentuar los ligeros movimientos oculares que los frailecillos utilizan para comunicarse cuando están muy cerca unos de otros.
Del contrastado plumaje blanco y negro, el cuerpo rechoncho, las patas cortas y el andar desgarbado del frailecillo común (Fratercula arctica) debe provenir su nombre, apariencia que induce a veces a confundirlo con los pingüinos, pero el parecido entre estas aves es muy superficial, obedeciendo solo a una convergencia evolutiva.
El frailecillo se alimenta de peces y vive en alta mar, excepto en la época de cría. Muy adaptado a la vida marina, para capturar sus presas se sumerge en el agua, a veces hasta 60 metros de profundidad,y ejecuta un "vuelo submarino", que puede superar los 20 Km/h, impulsándose vigorosamente con sus alas cortas y estrechas.
Es un ave gregaria que forma grandes colonias reproductoras y se desplaza en grupos más o menos numerosos, incluso cuando pasa el invierno en el Mar. Sus patas están más adaptadas al medio marino que al terrestre, y el gran aislamiento térmico y la impermeabilización perfecta de su plumaje resultan indispensables para este ave que vive siete meses al año sobre las olas, a menudo con temperaturas muy bajas.
El frailecillo es propio del Atlántico Norte y nunca se aventura más allá del trópico de Cáncer. Pasa todo el invierno en el Atlántico, hasta unos 38º de latitud norte en la parte occidental y algo más al sur de las Canarias en la parte oriental, y cría en los acantilados y costas salvajes de la parte septentrional de este Océano.
A diferencia de los pingüinos puede volar, aunque sus cortas alas le obliguen a impulsarse con febriles aleteos. De hecho el frailecillo pertenece a la familia de los álcidos, un grupo estrechamente relacionado con las gaviotas y con un cercano parentesco con las golondrinas de Mar, uno de cuyos representantes, el charrán ártico, efectúa las migraciones de mayor recorrido de todas las aves.
La característica del frailecillo que más salta a la vista es su pico, enorme y ornado de vivos colores contrastados. Alcanzan la madurez sexual hacia los 5 años de edad, y este vistoso ornamento juega un papel esencial durante la formación de la pareja; sus colores encendidos tienen mucha importancia como señales sexuales y, después de que el macho solicite a la hembra con una sucesión de rápidos cabeceos y graznidos ásperos, la parada nupcial siempre se consuma con una serie de frotamientos de pico y de vigorosos picotazos.
Una vez formada la pareja, ambos sexos ostentan sus picos triangulares y los utilizan como señales náuticas para comunicarse a distancia. Cuando se hallan más cerca, a esta forma de comunicación se añaden los mensajes transmitidos por leves movimientos de los ojos, acentuados, como decía arriba, por las marcas oculares.
Ocasionalmente, los frailecillos pueden utilizar el pico como arma y les es de gran utilidad durante la cría, cuando se ven obligados a redoblar sus esfuerzos para captura peces con que alimentar a sus polluelos.
La altura del pico, y aún más la disposición hacía atrás de los dientes del paladar, les permiten atrapar y a la vez sujetar a sus resbaladizas presas. Y así, mientras sostienen transversalmente a los peces entre la lengua y la mandíbula superior, las aves mantienen libre la mandíbula inferior, lo que les permite continuar la pesca. Si los peces son pequeños, pueden transportar un número considerable en cada viaje desde el Mar hacia el nido.
El pico también es utilizado para excavar la madriguera donde instalar su nido. Pero este ostentoso pico que luce el frailecillo en sus colonias de cría no es más que un estuche córneo que recubre su verdadero pico -más pequeño y amarillo- y que al final de la época reproductora desaparece para volver a desarrollarse entre febrero y finales de mayo. Otro vivo reclamo sexual que desaparece en invierno es el color rojizo de las patas, causado por un aumento del riego sanguíneo.
Los frailecillos anidan en lo alto de acantilados rocosos y no siempre excavan sus nidos; a veces utilizan las madrigueras abandonadas de una pardela o de un conejo. Sin embargo, lo más usual es que lo hagan ellos mismos, turnándose la pareja para excavar un túnel de hasta 1,5 m. Con frecuencia la madriguera incluye una cámara terminal, que los frailecillos tapizan con un cojín de tallos vegetales, plumas y briznas de hierba. Esta madriguera es utilizada año tras año y, cuando los adultos reproductores vuelven del Mar en primavera, pueden localizarla aunque la entrada esté cubierta por la nieve o se haya derrumbado.
La fidelidad al lugar de cría es tal que, en una ocasión, unos frailecillos que regresaban a la isla volcánica de Heimaey, frente a Islandia, hallaron la muerte al aterrizar sobre la lava ardiente que cubría sus nidos.
La hembra pone un único huevo a principios de abril, aunque a veces se dan puestas posteriores, por lo general fallidas. La incubación, que dura unos 39 días, corre a cargo de la hembra, aunque a veces el macho la releva durante breves periodos. Hacia la segunda semana de mayo tienen lugar las eclosiones de los huevos, más o menos simultáneas en toda la colonia, y tras ellas, el polluelo permanece en el nido entre cinco y doce semanas. Durante este periodo no decae en ningún momento la vigilancia de los progenitores, que se turnan varias veces al día para ir a pescar los plegoneros, espadines o pejerreyes con que alimentan a su cría.
Cuando se acerca el invierno, los adultos abandonan a los jóvenes para dirigirse al Océano. Obligados a valerse por sí mismos, salen de su madriguera por la noche y, mediante torpes aleteos, se dirigen hacia el Mar. Este primer vuelo no está exento de riesgos, o por lo menos no lo está en Heimaey, donde, atraídos por el brillo de las luces, miles de jóvenes frailecillos se dirigen hacia la pequeña ciudad de Vestmannayjar y se enfrentan al peligro de los coches, los gatos y los perros.
Por fortuna, los lugareños, incluidos los cazadores de frailiecillos -que explotan este recurso comestible sin poner en peligro la población de estas aves-, recojen a los que encuentran y los sueltan el el Mar.
Una vez a flote, los jóvenes aprenden rápidamente a sumergirse y a pescar. Acto seguido, se adentran el alta mar, donde deberán enfrentarse a nuevos peligros. Algunos, como los págalos, los gaviones y otros predadores marinos, son naturales, propios del ecosistema marino, pero otros son más insidiosos y los jóvenes frailecillos no están capacitados para hecerles frente.
Entre estas últimas amenazas destacan la pesca excesiva, que disminuye su número de presas, y los constantes vertidos de los petroleros, que limpian sus tanques en alta Mar.
Ver también: Desvelado el misterioso viaje invernal del frailecillo