Con una gran concentración de fitoplancton expulsa hasta 17 bolos alimenticios por hora
El krill antártico (Euphausia superba), unas diminutas criaturas similares a los camarones, es una importante especie en el ecosistema del Océano Austral y en el ciclo global del carbono, en parte debido a sus excrementos. Sus densas y ricas heces fecales se hunden rápidamente, transportando carbono desde las aguas superficiales hasta las profundidades del océano.
En un nuevo estudio los científicos han descubierto otra forma en la que estos crustáceos mantienen el carbono alejado de la atmósfera: expulsando masas de alimentos rechazados ricas en carbono, llamadas bolos alimenticios, que también caen a las profundidades del océano.
Cuando el krill come, utiliza una estructura similar a una malla llamada canasta de alimentación para filtrar del agua el fitoplancton microscópico. A veces, se forma un bolo alimenticio, una bola compacta de alimento parcialmente procesado, dentro de esta cesta y posteriormente se rechaza.
La ecóloga Anita Butterly, de la Universidad de Tasmania (Australia), y sus colegas estudiaron este comportamiento en krill cautivo en un entorno de laboratorio para comprender mejor las condiciones que lo provocan.
Descubrieron que el krill comienza a producir y rechazar bolos alimenticios cuando la cantidad de fitoplancton en el agua es tan alta que supera su capacidad de filtrarlo y deglutirlo. A mayor concentración de fitoplancton, mayor cantidad de bolos rechazados, hasta 17 bolos por hora.
Imagen: Krill formando bolos con (a) la posición de un bolo en la cesta de alimentación del krill, (b1−3) bolo girado por apéndices con flechas que muestran la dirección contraria a las agujas del reloj, (c) bolo tirado hacia abajo para formar una hebra ingerible, (d) toracópodos frontales extrayendo el bolo alimenticio de la cesta de alimentación en la dirección de la flecha, (e) la expansión lateral de los toracópodos durante la alimentación por filtración (nota: aparece un segundo krill en la esquina inferior derecha) y (f) su expansión lateral mientras hay un bolo alimenticio en la cesta de alimentación. Crédito: Biology Letters (2025). DOI: 10.1098/rsbl.2025.0312
Uno de los hallazgos clave fue que los bolos se hunden más rápido que sus heces, a una velocidad promedio de 367 metros por día. El bolo más rápido se hundió a 1.403 metros por día. Las heces suelen hundirse a una velocidad de 269 metros por día. Esto sugiere firmemente que los bolos son otra vía para el secuestro de carbono, que proviene del fitoplancton que contienen. Estos organismos unicelulares están compuestos principalmente de carbono orgánico.
"Nuestros hallazgos sugieren que este comportamiento también podría ocurrir in situ y contribuir a la exportación de carbono orgánico, con tasas de hundimiento del bolo comparables o superiores a las de los pellets fecales del krill antártico", escribió Butterly en el resumen del artículo.
Amenaza ecológica
Los investigadores también hicieron un descubrimiento incidental con implicaciones potencialmente graves en el mundo real. Cuando el krill de su experimento se expuso accidentalmente a microplásticos, la producción de bolos aumentó drásticamente, probablemente porque el material extraño actuaba como una trampa dentro de la cesta de alimentación.
Si esto ocurriera en la naturaleza, podría reducir la cantidad de alimento que pueden ingerir, lo que a su vez podría afectar su supervivencia y la red trófica antártica (el krill es una fuente clave de alimento). Esto también podría reducir la cantidad de carbono que el krill puede enviar a las profundidades oceánicas.
El estudio se ha publicado en la revista Biology Letters: The production of ‘food boluses’ by Antarctic krill and implications for organic matter transport












